Así empezó todo: historia de Lamela.

Desde muy niña recuerdo a mi abuela y a mi madre insistiendo siempre en la importancia que la educación, la preparación, el tesón, la disciplina y los valores aportarían a mi vida.

A mis 16 años tuve que interrumpir los estudios a causa de una enfermedad nerviosa que me dejó la mente en blanco, perdí la memoria y quede con un fuerte dolor de cabeza que me impidió leer absolutamente nada en varios años, pero mi vocación por la enseñanza seguía ahí y, a los 32 años, ya casada y con un hijo decidí acabar la carrera de Magisterio. De repente me encontré en un aula con 40 niños de cuatro años y sin la más remota idea de qué hacer con ellos.

A Io largo de mi carrera, nadie me había orientado sobre como actuar en una situación así, ni sabía cómo se utilizaban los distintos métodos de lecto-escritura, sólo sabía que existían métodos globales que partían de la palabra o de la frase, silábicos a partir de la sílaba y los fonéticos que iniciaban Ia enseñanza de Ia lectura partiendo de los fonemas, pero… ¿cómo se utilizaban? ¿cuál era el mejor?

Tampoco tenía ni idea de que, antes de empezar con la lecto-escritura, eran necesarios ciertos ejercicios gráficos preparatorios para el dominio de la mano, así como actividades psicomotríces, dominio del esquema corporal, adquisición de ciertos conceptos de Iateralidad, espacio, tiempo, tamaño, cantidad, adicción, etc.., todos ellos imprescindibles para el trazado de las grafías, así como para poder apreciar las pequeñas diferencias que hay entre ciertas letras, su situación en el tiempo, en el espacio, su tamaño, etc.

Ante mi falta de preparación, empecé a buscar información en libros de educación infantil, asistí a cursillos, pregunté a compañeras y las cosas fueron mejorando. Después pasé a un curso de EGB seguí con mi formación, acudiendo a cursillos de E. Infantil y sobre todo de Dislexia. Colaboré con D. Agustín Regadera, asesor del I.C.E. de Navarra aplicando a todos los alumnos del colegio, las pruebas de detección de la dislexia, para el curso que organizó el I.C.E. de U.D.E.N.

Durante el tiempo que estuve en E.G.B. fui anotando los errores más frecuentes que cometían los niños, tanto en lectura como en escritura. Así como el niño necesita ayuda para aprender a andar (la mano de una persona o un tacatá) también necesita ayuda que le facilite el aprendizaje de la escritura. A mí me faltaron esas ayudas, tanto al iniciar la escritura, como mis primeros años de estudiante, que es cuando se afianza su aprendizaje.

El cambio continuo de pautas, así como de tipos de letras, sin llegar a perfeccionar ninguna, dieron como resultado una letra desastrosa que ni los niños, ni yo misma entendía. Tenía que buscar un tacatá que me ayudase a mí y a mis alumnos.

Probé primero con las dos líneas. Los niños encontraban rápidamente donde ubicar el cuerpo principal de las letras, pero no contaban con una medida para la anchura de las mismas, ni para los espacios de separación; las prolongaciones podían ser unas más largas que otras y se podían inclinar hacia un lado o hacia otro. Además los movimientos tan amplios que el niño tiene a esa edad, no cabían en esas angosturas.

Lo intenté cuadriculando la pizarra y para mí fue de una gran ayuda. Las letras tenían todas la misma medida, tanto su cuerpo principal como las prolongaciones y las separaciones eran siempre iguales. Sin embargo, no ocurría lo mismo con los niños.

En los cuadernos de cuadros, todas las líneas son iguales, por lo que, les costaba mucho mantenerse en la misma línea y en el supuesto de que lo consiguieran, eran incapaces de contar sin equivocarse, tanto los cuadros de separación de palabras, como los de salto de línea a linea; además sus amplias letras no cabían en unos cuadros tan pequeños.

Ante estas dificultades decidí unir las dos pautas en una. Por fin un tacatá perfecto para la enseñanza de la escritura, y así es como nació la Cuadrovía Lamela®.

Las primeras hojas las realicé en una hoja en blanco y con la ayuda de una regla y un lapicero “fabricaba” las hojas con la “cuadrovía»que al día siguiente entregaría a mis alumnos. En el margen y entre las dos líneas, les dibujaba la imagen de un trenecito y aún recuerdo mis lágrimas cuando comprobé los grandes cambios en la escritura de mis niños y niñas, animándolos a la escritura con la frase motivadora: ¡empezamos en el tren y sin salirnos de la vía!

Rosario Lamela